Cuando nos enfrentamos al inicio de una actividad empresarial, sea cual sea el ámbito elegido, todos tendemos a emplear los mismos métodos y a andar por caminos ya trillados. En este sentido, la creación y desarrollo de una empresa o negocio, en la práctica, se reduce a la elección, de lo que consideramos, la mejor opción entre un conjunto de alternativas dadas. Nos es más, por tanto, que una cuestión de elección.
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Ahora bien, el plantear que todas las ilusiones que depositamos en la buenaventura de nuestro incipiente negocio se reducen a la elección óptima en los ámbitos de las funciones de planificación, organización, dirección y control resulta, cuanto menos, reduccionista, puesto que estaríamos obviando las múltiples interrelaciones existentes entre las distintas funciones que encarnan la propia actividad de dirección de una empresa o negocio, y porque, fuera parte, estaríamos menospreciando nuestras propias ilusiones y capacidades; elementos estos de capital importancia en el mundo actual por cuanto nos hacen verdaderamente únicos y que bien capitalizados se pueden convertir en nuestra principal fuente de recursos.
Tendemos, con demasiada ligereza, a plantear estrategias, dilucidar políticas, asentar metas y orientarnos al objetivo; a diferenciar a nuestros trabajadores en base a X e Y (The human side of Enterprise, McGregor, 1960) y a motivar a nuestros recursos (Maslow); a detectar fortalezas y debilidades, a buscar oportunidades y amenazas; a proyectar organigramas y a contar y medir las desviaciones entre lo propuesto y lo logrado.
Si bien la dirección y administración de una empresa es todo lo anterior y bastante más, pecamos de imprevisión en la casilla de salida, en el punto original, en la primera decisión: ¿qué forma empresarial he de adoptar?
Parece baladí, en el ámbito económico, la decisión entre una forma empresarial u otra cualquiera pues, en definitiva, se siguen considerando como medios para alcanzar un fin; no en vano casi cualquier cosa es conseguible con independencia de la concreta forma empresarial que se adopte.
Sin embargo, multitud de problemas que, con toda seguridad, acabarán surgiendo en el día a día de nuestra joven empresa pueden resolverse, o al menos simplificarse, partiendo de una forma empresarial y no de otra. No obstante, preconizar una forma empresarial en detrimento del resto es harto difícil, pues no se trata de elegir la mejor de las formas empresariales sino la que más se ajuste a nuestras necesidades actuales y a las que van a surgir. Además, aunque sea dicho de paso, todas las formas empresariales son intrínsecamente buenas y todas ellas tienen sus puntos fuertes y sus puntos flacos.
De esta manera, previo al desarrollo y concreción de los diferentes aspectos de las funciones de administración y dirección de una empresa, debemos pararnos a pensar en la forma jurídica que pretendemos adoptar. ¿Me conviene, y convendrá en el medio plazo, constituir una sociedad limitada o es preferible adoptar la forma de una sociedad anónima? ¿El trabajo que pretendo desempeñar se articularía mejor a través de una cooperativa o los particulares intereses de mis futuros socios tendrán una mejor cabida en una sociedad en comandita? ¿Tengo tiempo suficiente para plantear una formación sucesiva o la urgencia en el inicio de la actividad me obliga a constituir una sociedad limitada nueva empresa? ¿Me resulta bastante constituir una sociedad limitada o es imprescindible constituir una sociedad limitada profesional?
Todas las anteriores, y otras muchas preguntas semejantes, deben ser tenidas en cuenta y resueltas de forma previa, so pena tanto de encontrarnos a posteriori en situaciones difíciles que pueden conllevar amplios desembolsos como de confrontar tensiones múltiples con stakeholders insatisfechos.
José Hernández Director de Penal en Dyr Abogados , tutor en la UNED de Zamora y escritor en el blog de Te Lo Cuenta Tu Abogado, blog de divulgación del derecho que trata temas de actualidad jurídica, derecho cotidiano, derecho para estudiantes o derecho especializado.